El runrún interior

El runrún interior (118)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre el concepto de 'gilipolloceno' de Tadzio Müller o un pasmoso anuncio escuchado en Spotify.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (117)

Martes, 24/10/2023. En Gaza, 130 bebés prematuros están a punto de morir cuando el hospital en el que están ingresados y sus incubadoras se queden sin electricidad. Si se consuma, tiene que ir al top de crímenes de guerra más execrables de la historia; ser una cosa que se recuerde durante siglos.

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Germán Huici: «Qué diferentes son las caras, qué parecidas las calaveras».

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Tengo la sensación de que a Israel le está afectando fuerte la crisis generalizada de la autoridad de la que habla a menudo mi buen amigo y referente Ángel de la Cruz; esa ruptura que se da en nuestros días de los lazos tradicionales de obediencia y del modo tradicional de relacionarnos con los demás. Pierden autoridad —no es necesariamente malo—los padres sobre los hijos, los profesores sobre los alumnos, los médicos sobre los pacientes, los periodistas sobre los espectadores, los políticos sobre los ciudadanos, los dirigentes políticos sobre los militantes. La gente piensa y siente por sí misma y los más claros ejemplos son políticos: es así que puede suceder que un Pedro Sánchez gane las primarias del PSOE a una Susana Díaz apoyada por todo el aparato partidario en bloque; que Donald Trump gane las del Partido Republicano; que Pablo Casado no sobreviva a la embestida de Isabel Díaz Ayuso, etcétera. Ahora, con Israel, aunque los gobiernos occidentales y la inmensa mayoría de los grandes medios lo apoyen en bloque, yo al menos veo que la gente no está comprando su relato. Hay gente que sí, claro. La clase de gente que saliva con la idea de hacer aquí con los rojos lo que el Tsahal con los gazatíes. Pero en ese caso, no es porque compren el relato victimista de Israel, sino identificándolo correctamente como verdugo, y simpatizando con su brutalidad. Algo así como cuando, en Cómo conocí a vuestra madre, Barney Stinson simpatizaba siempre con los malos de las películas. El malismo. Eso no es exactamente un éxito de Israel, que no quiere ser visto como malo, sino como bueno. Quien les apoya lo hace en sus propios términos; también rechaza la autoridad a su manera.

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Mauro Entrialgo, sobre Argentina y lo clave que ha sido el voto femenino para parar los pies a Milei: «Hacer partidos para criptobrós pajilleros y divorciados resentidos tiene la ventaja de que hay mucha banda en ambos grupos, pero la desventaja de que, afortunadamente, ahuyentan a la inmensa mayoría de las mujeres, que ven el percal clarito».

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Jónatham F. Moriche, sobre el pacto PSOE-Sumar: «Me importa mucho menos lo que diga o no diga el acuerdo programático que saber que, para encarar las innúmeras catástrofes geopolíticas, ecológicas y otras que están por venir, al mando del Estado hay gente razonablemente cabal y cualificada y no una colla de lunáticos fascistas».

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Leo a muchos de mis correligionarios decir que la solución al conflicto israelo-palestino es un solo Estado laico y socialista. Me parece que decir eso y no decir nada es lo mismo. Como decir que la solución es que todos seamos buenos en lugar de malos.


Miércoles, 25/10/2023. Gustave Flaubert:«El mundo se va a volver tremendamente imbécil. Es una suerte que vivamos ahora y no más tarde».

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Netanyahu: «Nuestra lucha contra Hamás es una prueba para la humanidad, enfrentando el eje del mal de Irán, Hezbolá y Hamás con el eje de la libertad. Somos el pueblo de la luz y venceremos a las tinieblas. Tras los oscuros sucesos del 7 de octubre, todos rendiremos cuentas, pero primero debemos ganar esta guerra. Como líder, es mi deber guiar a Israel hacia una victoria decisiva. Con unión y fe en nuestra causa, cumpliremos la profecía de Isaías y juntos prevaleceremos». El mismo discurso dementemente ultranacionalista que Putin. Pese a lo distintamente que les trata el establishment occidental, son tal para cual.


Jueves, 26/10/2023. Dice Francisco de la Torre, alcalde de Málaga, que «la Constitución va a cumplir cuarenta y cinco años. Consagra la igualdad de todos los españoles y no se puede profanar: la amnistía no cabe». Consagrar, profanar. Verbos de aroma sacro, significativos de cómo entiende esta gente el asunto. La Constitución, no como un documento rector obviamente importante, pero susceptible de enmiendas y márgenes de interpretación, sino como las Tablas de la Ley.

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Dice Tadzio Müller que vivimos en el gilipolloceno [assholocene], la edad de los gilipollas:«La época de la historia humana en la que la gilipollización, es decir, la normalización de la misantropía de grupos específicos, es una dinámica política dominante, y el gilipollas nacionalista y patriarcal sustituye al sociópata neoliberal como sujeto dominante».

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Israel está gobernado en este momento por fascistas. Fascistas israelíes; el segmento fascista del nacionalismo israelí. Los Acuerdos de Oslo fueron su Tratado de Versalles, su «victoria mutilada». E Isaac Rabin, su «apuñalador por la espalda». Lo mataron como se mató a Walter Rathenau en la Alemania de Weimar. Yigal Amir, su asesino, simpatizaba con Netanyahu, de cuya victoria electoral un año después dijo alegrarse, porque veía triunfar con él sus propias ideas. E Israel comenzó entonces a precipitarse hacia el abismo.

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Carga la cocinera y empresaria Samantha Vallejo-Nágera contra la falta de camareros: «Es dejarte la piel. No fichar, irme y ya». El liberalismo es «egoísmo virtuoso» y el arte de birlibirloque de que la persecución, por cada cual, de su propio interés equilibre las cosas y dé lugar a una sociedad justa hasta que uno decide no hacer por la empresa de otro ni un gramo esfuerzo más que aquel por el que le pague, y si puede hacer alguno menos, mejor. Entonces, de pronto, el egoísmo deja de ser virtud y vuelve a convertirse en vicio.


Viernes, 27/10/2023. Publica La Vanguardia un artículo sobre «El ejército israelí más feminista». Estos pink- y purplewashings son característicos de la propaganda israelí, la llamada hasbara: presentar a Israel como una avanzada de los derechos civiles en Oriente Medio, de tal manera de convencer de apoyarles a sectores progresistas occidentales. Para mí, esto no es otra cosa que la versión moderna de aquel imperialismo que justificaba sus crímenes aduciendo que llevaba el cristianismo y la civilización a los caníbeles; justificación que llegó a ser esgrimida incluso por el imperialismo belga, non plus ultra del horror colonial.

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He empezado a leer Libre: el desafío de crecer en el fin de la historia, de Lea Ypi, un libro de recuerdos de su infancia en la Albania comunista, en los años ochenta. Me impresiona este párrafo sobre el asombro que los turistas occidentales representaban para los niños albaneses:

«Los niños turistas tenían unos juguetes tan brillantes y raros y tan diferentes a los nuestros que a veces nos preguntábamos si de verdad eran juguetes. Chapoteaban subidos a unas colchonetas flotantes con formas de personajes que jamás habíamos visto, tenían unos cubos y palas de playa con formas extrañas y cosas de plástico exóticas que no sabíamos cómo se llamaban. Olían distinto, un olor envolvente, casi adictivo, que te hacía querer seguirlos, ir hasta ellos y abrazarlos para poder olerlo un poco más. Siempre nos dábamos cuenta cuando había niños turistas cerca porque la playa olía raro, a una mezcla de flores y mantequilla.

Le pregunté a mi abuela qué era aquello. Ella me explicó que los niños olían a protector solar, un líquido blanco y espeso que servía para proteger a la gente del sol».

Cuenta también Ypi la fascinación que despertaban en los albaneses las botellas de Coca-Cola:

«En aquella época, esas latas eran extremadamente raras. Y más raro aún era entender su función. Constituían indicadores del estatus social: si alguien tenía una lata, la exponía en su salón, casi siempre encima de un tapete bordado, colocado sobre el televisor o la radio y, a menudo, junto a la foto de Enver Hoxha. Si no fuera por la lata de Coca-Cola, todas nuestras casas eran iguales: estaban pintadas del mismo color y tenían los mismos muebles. La lata de Coca-Cola hacía que algo cambiara, y no solo en el aspecto visual».

Ypi cuenta que sus padres y unos vecinos con los que tenían una relación de amistad muy estrecha se enfadaron un día, porque una lata que habían conseguido sus padres con mucho esfuerzo había desaparecido. La madre de Ypi se la había comprado a una profesora del colegio «por un precio equivalente a lo que podría costarle un cuadro de Skanderbeg, nuestro héroe nacional», y «luego se pasó toda la tarde decidiendo con mi abuela dónde ponerla y, dado que estaba vacía, si adornarla con una rosa del jardín. Decidieron que, aunque la idea de la rosa era original, distraería la atención del valor estético de la lata, así que la colocaron, tal cual, sobre nuestro mejor tapete bordado». Cuando desapareció, acusaron de ello a los vecinos, que tenían la llave de casa, y en cuyo hogar apareció poco después otra lata. No habían sido ellos, y aquella muestra de desconfianza les ofendió e hizo que las dos familias dejaran de hablarse durante un tiempo. La niña Ypi consiguió que recuperaran la relación fingiendo su desaparición: se escondió para que todo el vecindario se pusiera a buscarla y, a la vista de la angustia de sus padres, sus vecinos se compadecieran de ellos y volvieran a amigarse. Lo consiguió en efecto, y tras la reconciliación, los vecinos quisieron dar a los padres de Ypi su propia lata de Coca-Cola como gesto de buena voluntad. La madre de Ypi se negó, avergonzada por haber desconfiado de su amiga; pero esta le dijo que no se preocupara, «que las latas de Coca-Cola se habían vuelto demasiado comunes y que en aquel momento lo más demandado eran las latas blancas y anaranjadas, aunque no podía recordar cómo se llamaban, era un nombre parecido a fantasía o a fantástica».


Sábado, 28/10/2023. Gaza es a 2023 lo que Madrid a 1936: el «no pasarán» desesperado y ejemplar de un pueblo que lucha por ser libre, que tiene el apoyo de los corazones más nobles del mundo y al que quiere masacrar una coalición mundial de malvados con balcones a la calle y miserables no-intervencionistas.

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Nuestro tiempo es un ordenador portátil abierto en el que, mientras uno lee sobre las masacres inconcebibles y los aberrantes pogromos que se perpetran en porciones cada vez más cercanas del mundo, Spotify le informa —me acaba de pasar— de la salida al mercado de unos así llamados Doritos Silent, que no hacen ruido al comerlos.

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Se pregunta Moriche «cuál será —porque necesitamos encontrarlo con urgencia, antes de que esta vorágine espantosa nos demude a todos en monstruos— ese acorde moral que nos permita tocar a la vez sin disonar las notas de Palestina, Ucrania, Armenia, Sáhara, Kurdistán, Cachemira o Xinjiang». Ciertamente importante.

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Registraba aquí hace unos días una anécdota preciosa de Koltsov sobre el quijotismo soviético; la fascinación que por nuestro Quijote existió en la URSS. Leo ahora, también en La casa eterna, de Yuri Slezkine, otra anécdota que nos habla de la extensión y la profundidad de ese quijotismo. La obra de Cervantes era citada incluso sin haberla leído, ese mérito de los auténticos clásicos. Mijaíl Frinovski, mano derecha de Yezhov en la Gran Purga, dijo en una ocasión que era preciso y estaba justificado que las purgas fueran durísimas, pues, «sin una operación semejante, cualquier intento de derrotar esta labor contrarrevolucionaria habría sido como combatir contra molinos de agua». No había leído el Quijote y lo citaba mal, pero lo citaba; se refería a él como a algo muy conocido.

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Un ejemplo paradigmático de cómo funciona la propaganda israelí. La IDF, el ejército de aquel país, difunde hoy por las redes sociales «un llamado urgente para la seguridad de los civiles en Gaza», que los conmina con amabilidad a moverse hacia el sur para no perecer en los ataques que Israel va a perpetrar en el norte de la Franja. Pero sabemos que en Gaza está cortada la electricidad y el acceso a Internet. Y el mensaje se emite, no en árabe, sino en inglés. Es un mensaje para nosotros los occidentales, no para los gazatíes.

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Parece que Arturo Pérez-Reverte fue ayer a entrevistarse por un conocido youtuber. Le preguntaron por Israel y Palestina y dijo que Israel era un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta; que en las ciudades israelíes las mujeres pueden pasearse sin velo y en minifalda, etcétera. La cháchara orientalista de costumbre, con esa característica obsesión por las minifaldas. Uno mira la realidad palestina y resulta que en Cisjordania el veto no es obligatorio, y en Gaza no se ha podido hacer obligatorio, a pesar de las intenciones de Hamas, por oposición popular y de la Autoridad Palestina. El mundo árabe es inmenso y, por tanto, diverso y complejo; incluso en casos como el de Gaza, en que fuerzas islamistas acceden al Gobierno, no necesariamente lo hacen con la simpatía total y acrítica de quienes les votan, sino que estos se relacionan con aquellas en sus propios términos. Los gazatíes encumbran a Hamás porque perciben correctamente que son quienes con más contundencia les defienden, pero no compran todo el programa y se rebelan contra aquellas porciones del mismo con las que no se identifican. Pero racistas y apologetas del genocidio como Reverte (llamemos a las cosas por su nombre) necesitan una caricatura de homogeneidad barbárica para vender su mercancía.


Domingo, 29/10/2023. ¿Puede Gaza acabar siendo las Malvinas de Netanyahu; su guerra librada para acallar la división interna, en la que un revés militar lo haga caer?

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Se cuenta que Hitler dijo en una ocasión: «¿Quién recuerda hoy el exterminio de los armenios?». Un poeta palestino, Najwan Darwish, y una armenia, Sophia Armen, le contestaron en sendos poemas titulados igual: «¿Quién recuerda a los armenios?». Darwish:

Yo los recuerdo.
Y me monto en el autobús de la
pesadilla con ellos cada día.
Y mi café, esta mañana
me lo estoy bebiendo con ellos.

Tú, asesino:
¿quién se acuerda de ti?

Armen:

Nosotros.
Y viajamos en autobús a la protesta
por la Nakba con ellos cada día.
Y mi
soorj, esta mañana,
lo estamos bebiendo con ellos.

Tú, genocida,
¿quién se acuerda de ti?

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Más discursos aterradores de Netanyahu, de los que si fueran dichos por un imán musulmán ardería el mundo, pero que pronunciados por un líder occidental no merecen ni un reproche: «Debéis recordar lo que Amalec os ha hecho, dice nuestra Santa Biblia», brama. Amalec es en la Biblia el fundador de los amalecitas, un pueblo enemigo de los israelíes que habría vivido al sur de Canaán y al que Dios habría aconsejado exterminar: «Ahora ve y hiere a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no los perdones, sino mata al hombre y a la mujer, al niño y al lactante, al buey y a la oveja, al camello y al asno». No hace falta ser un lince para entender que Netanyahu llama al exterminio inmisericorde de todos los gazatíes.

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En la Universidad de Netanya, cien fornidos israelíes de extrema derecha irrumpen en un colegio mayor para tratar de asesinar a una docena de estudiantes árabes, que deben ser encerrados y protegidos. Gritan: «¡Muerte a los árabes!». Un pogromo. Imaginémonos por un momento ser uno de esos doce estudiantes. Aterrados.

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Urbanitas pijos que en un momento dado experimentan una epifanía paulina sobre el vicio y la corrupción de la gran ciudad y se hacen neorrurales, los hay hippies y los hay furibunda e histriónicamente antihippies, pero ambos son, en esencia, el mismo insoportable cantamañanas. Lo que más toca las narices de los segundos es que, como no dejan de ser urbanitas pijos, tienen agendas de contactos y manejan herramientas de autopromoción que al paisano born and raised se le escapan o se la sudan, porque no están en el mundo para epatar a nadie. Y al final acaba pasando que te encuentras a esos cantamañanas por doquier, erigidos en «la voz del campo», impostando dialecto y haciéndose los toscos y los brutos, porque esa es la imagen que ellos —pijos urbanitas— tienen en la cabeza de lo que es un habitante del agro. Representan un papel; se disfrazan de un arquetipo, de una caricatura; se dedican, con tal disfraz, a epatar a su antiguo entorno, a matar al padre, a satisfacer un prurito de hijo de la élite de ser caudillos o portavoces de algo, para lo que en la ciudad no hallaban ocasión…


Lunes, 30/10/2023. Ayer se emitió en LaSexta un Salvados sobre los problemas y guerras del campo. No lo he visto pero sí he visto la polémica generada en redes. Ganaderos contra ecologistas, defensores del exterminio del lobo y paladines de su protección, estas cosas. Creo que hay una amplia escala de grises en la que ubicarse entre las posiciones más numantinas y exaltadas de uno y otro bando, pero me parece importante partir de una convicción que suele pasarse por alto: los ganaderos son empresarios. No son ni más, ni menos importantes; ni merecedores de más, ni menos consideración, confianza o admiración que el que funda un restaurante, un chiringuito en la playa, un taller de coches o una fábrica textil.

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Otra polémica del día la protagoniza un exprofesor al que ha entrevistado El Mundo, autor de un libro sobre su abandono de la docencia en el que carga contra los adolescentes de hoy: «Veo estupidez allá donde mire. Ya no comprendo ni soporto nada de lo que hacen. No soporto tanta ignorancia. Casi cada uno de ellos simboliza la imbecilidad», escribe por ejemplo. Habla también de situaciones de ansiedad, de ataques verbales e incluso físicos contra él y otros compañeros, etcétera, que pueden compadecerse, pero me parece pasmoso este exhibicionismo no autocrítico de la ineptitud propia. Yo nunca he querido ser profesor, porque sé que no valgo para ello; que hay que tener, además de conocimientos, aptitudes y habilidades de las que yo carezco. Si hubiera acabado siéndolo, no escribiría libros presumiendo de mi fracaso. Hay profesores que defienden a este hombre; que dicen, por ejemplo, que exponer las condiciones que afronta el profesorado y cómo estas conducen con frecuencia a problemas psicológicos no es «presumir de ineptitud». Pero este hombre no ha hecho un alegato sindical sobre las condiciones laborales del profesorado o el estado de la educación pública, sino que ha volcado su frustración en una catarata de insultos hacia sus alumnos. Yo entiendo que trabajar con adolescentes sea duro. Siempre lo ha sido: también en las épocas pasadas que idealizan cantamañanas como Pérez-Reverte o José Manuel Soto. Por eso yo no soy profesor: me devorarían. Pero tuve profesores que supieron enfrentarse a esa dureza y conseguir la atención de sus alumnos. Si no sabes torear, no te metas: nadie te manda. Y si no sabes torear, pero no encuentras otra salida laboral que esa, pues métete, y hazlo lo mejor que puedas, y lucha por un sistema educativo con más y mejores medios y la justicia social. Pero, si fracasas, no escribas un libro exponiendo e insultando a tus alumnos.

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Cada profesión tiene su propia épica autocomplaciente; su manera de convencerse de que es la más importante del mundo y sus desempeñadores, unos héroes, sacerdotes de un algo elevado y crucial. Yo no soporto ninguna.

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Van cerrándose los acuerdos sobre el nuevo Gobierno. Se habla ya de cuatro ministerios para Sumar. No se dan nombres aún; se sabe tan solo que Yolanda Díaz no quiere a nadie que le haga sombra, así que no se tratará, en principio, de los primeros espadas de las fuerzas que componen Sumar. El caso es que albergo un cierto temor. Espero que no se opte, para ellos, por esa clase de famosos de izquierda, bienintencionados y majetes, con sensibilidad social pero sin la menor formación política, que con toda su candidez pueden salirnos por cualquier lado, como cuando Pedro Duque se puso a alabar las universidades privadas. Hay que reivindicar fuertemente la formación política. Atravesamos un tiempo que desconfía de ella: quién es nadie para formarme a mí, individuo precioso e irreductible, etcétera. Pero es una colina en la que yo estoy muy dispuesto a morir. De ministros, quiero a políticos formados y bregados. No necesito que tengan un carisma desbordante; no me importa que sean figuras grises.

El runrún interior (119)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia por la Universidad de Salamanca, periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, Jot Down, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; ha dirigido A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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