El norte

Consignas para multiplicar cañones

El 90.º aniversario de la Segunda República propicia el rescate de la «Cartilla escolar antifascista», impresionante documento histórico catalogado por la UE como una de las 15 obras más representativas del arte español.

/ El norte / Eugenio Fuentes /

Mi-ma-má-me-mi-ma-mu-cho no parece la frase más adecuada para enseñar a leer a un miliciano. Menos aún en plena guerra revolucionaria contra los ejércitos de la oligarquía y contra la agresión fascista germanoitaliana. Así que cuando la Segunda República se lanzó, a principios de 1937, a la alfabetización de todos los soldados del Ejército Popular, optó por editar una cartilla más acorde con esos días de resistencia, metralla y sangre. Y la vieja letanía aliterada sobre el amor de madre dio paso al ¡Vi-va-Ma-drid-he-roi-co!, un homenaje a la capital sitiada que figura entre las decenas de consignas incluidas en un texto que, tutelado por el PCE, no escondía su voluntad de adoctrinamiento. Aquellos lemas sintetizaban el escueto ideario de la República en guerra y llamaban con insistencia a la unidad de unas filas gubernamentales en las que partidos y sindicatos todavía se disputaban con crudeza sus cuotas de poder, generando una espiral de enfrentamiento alimentada por la voluntad de las milicias obreras de preservar su autonomía en el frente y, todavía más, por la actitud de defensa o ataque, a tiros si se terciaba, del proceso revolucionario desencadenado por la CNT, y en menor medida por la UGT, en buena parte del territorio republicano tras el fallido golpe de Estado del 18 de julio.

Coincidiendo con el 90º aniversario de la proclamación de la Segunda República, la editorial Zorro Rojo ha rescatado de los archivos del Centro Documental de la Memoria Histórica la Cartilla escolar antifascista, un texto que, junto a su complementaria Cartilla aritmética antifascista, constituye el impresionante documento histórico que ahora se reedita en un solo volumen. Por su innovadora pedagogía, su diseño, sus ilustraciones y su tipografía, la cartilla se revela como una brillante prueba, otra más, del espíritu vanguardista que desde 1931 hasta avanzado 1938 impregnó el ingente esfuerzo republicano por sacar del subdesarrollo educativo a España. Un país en el que una de cada tres personas era analfabeta cuando expiró la monarquía de Alfonso XIII. Muchos años después, en 2016, la Biblioteca digital de la UE seleccionó este innovador volumen como una de las quince obras más representativas del arte español, en compañía, por ejemplo, de los bisontes de Altamira, Las Meninas, Los fusilamientos del 3 de mayo, la revista barcelonesa Salón (1897-1903) —primera editada en color en España— o un cartel turístico de Josep Renau, director general de Bellas Artes durante la guerra civil, concebido para promocionar las islas Baleares en la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1929.

La Cartilla escolar antifascista, editada en abril de 1937 por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del gobierno Largo Caballero, se tiró a 25.000 ejemplares. A los seis meses, su sucesor, el gobierno Negrín, lanzó una segunda edición, corregida y aumentada, de cien mil ejemplares. En total se calcula que fueron unos 105.000 los alfabetizados con la cartilla, principal instrumento de trabajo de las Milicias de la Cultura. Instauradas el 30 de enero de 1937 por un decreto que equiparaba la incultura con el fascismo, a estas milicias se les atribuyó la tarea de instruir en el frente a los «heroicos combatientes del pueblo a quienes un régimen de opresión privó de recibir las enseñanzas más elementales en la edad escolar». La idea se precisa en la introducción al volumen, donde se defiende que «la lucha por la cultura del pueblo español, al que la reacción mantenía en la ignorancia y el alfabetismo, va unida inseparablemente a la lucha ideológica y política contra el fascismo. El pueblo español», se añade, «está derrotando al fascismo con las armas en la mano. Los maestros y todos los trabajadores de la cultura deben hacer honor a este ejemplo, derrotando también al fascismo con los libros y con la pluma».

Eso fue lo que, según numerosos testimonios, teñidos a menudo de retórica idílica, hicieron las milicias, siguiendo la estela abierta por las Misiones Pedagógicas en 1931. Camino que también surcaron en la retaguardia las Brigadas Volantes, cuyo principal instrumento de alfabetización fue la Cartilla del joven campesino. La organización de las Milicias de la Cultura, compuestas por unos 2200 voluntarios y sometidas a disciplina militar y a la supervisión ideológica de comisarios políticos, correrá a cargo del propio Ministerio de Instrucción Pública, dirigido por el comunista Jesús Hernández. Su actividad, que se prolongó hasta finales de 1938 y en ocasiones chocó con iniciativas similares de anarquistas y catalanistas, habría de recibir, al igual que la propia cartilla, acerbas críticas de sectarismo. Críticas que, como puede comprobarse si se examina el librito, no eran del todo infundadas y, junto al cambio de Gobierno operado en mayo de 1937, explican las modificaciones introducidas en la segunda edición.

Veinte lecciones para leer y adoctrinar

La Cartilla escolar antifascista se compone de una veintena de lecciones de dos páginas, articulada cada una a partir de una consigna de apertura que encuentra su eco en una consigna de cierre. El análisis de las puertas de entrada y salida de cada lección revela cómo la selección de los lemas y su ordenación en el texto responden a una concepción muy meditada desde un punto de vista político. De hecho, ya en la introducción se resalta cómo se ha procurado «que todas las frases consignadas tengan un contenido a tono con la lucha heroica que está sosteniendo el pueblo español contra los traidores a España, aliados a los invasores extranjeros». No se precisa, sin embargo, que en ese tono resuena algo más el PCE que otras fuerzas del Consejo de Ministros. Conviene aclarar, en todo caso, que cuando se redactó la primera edición de la cartilla aún no habían estallado en Barcelona los Sucesos de Mayo de 1937, que se llevaron por delante al gobierno de Largo Caballero, restablecieron el control del Ejecutivo republicano y de la Generalitat (ERC) sobre la Cataluña colectivizada, fueron la tumba del comunismo antiestalinista del POUM y recortaron las alas a la CNT-FAI. Tres meses después, los anarquistas sufrieron un durísimo golpe al liquidar las tropas del comunista Líster el Consejo de Aragón, rara experiencia de gobierno libertario, y situar el territorio colectivizado bajo el control del Gobierno.

La primera página de la cartilla se abre con la consigna «República Democrática» y se ilustra con un fotomontaje en el que una escultura del valenciano Ricardo Boix, que alegoriza a la República como una robusta mujer puño en alto, ejerce su tutela sobre soldados, obreros, campesinos e intelectuales. La consigna de cierre, al final de la segunda página, es «Todos camaradas». Cabe precisar aquí que anarquistas y socialistas españoles solían reconocerse como compañeros, mientras que el término camarada se lo reservaban comunistas y falangistas. Viene a continuación la entrada «El Presidente de la República», ilustrada con un fotomontaje de Azaña, cuyo nombre no se cita, y de la fachada del Congreso de los Diputados. Esta descripción del marco institucional debería conducir ahora al Ejecutivo, pero lo hace de modo peculiar, con una advertencia: «Obediencia al Gobierno legítimo», cuya ilustración, un mar de banderas, simboliza la compleja relación de fuerzas entre las formaciones gubernamentales. El conjunto está tímidamente presidido por una tricolor sin escudo flanqueada por las enseñas cenetista y ugetista. Debilidad del Ejecutivo y fortaleza de las milicias sindicales revolucionarias. Ese es el vértice del poder militar y político en abril de 1937 y, ya por debajo de él, se dispondrán los estandartes comunista, catalán, vasco y socialista. Hecha la advertencia, se pasa a recordar quién dirige el Ejecutivo, aunque en la forma más escueta: «Largo Caballero», sin nombre de pila ni mención de cargo, y en la página gráficamente más pobre de la cartilla. Largo, muy distanciado ya del PCE y mal visto por la URSS, estaba en el alero y, apenas un mes después, su nombre sería ya historia.

¿Qué guerra es esta?

Aclarado quiénes mandan, es hora de explicar a los alumnos la esencia de la guerra que libran. De entrada, otra advertencia: «Mando único», dirigida muy en particular contra la práctica de la CNT-FAI de actuar al margen del Gobierno tanto en el frente como en los territorios colectivizados de la retaguardia. Eco para despistados: «El comisario político nos orienta». La cartilla explica acto seguido a soldados y milicianos que el conflicto es una «guerra de independencia nacional», expresión de una inmensa riqueza por la multiplicidad de lecturas que sugiere, a comenzar por el recuerdo del levantamiento contra las tropas de Napoleón. Esta consigna lleva dos ecos de cierre. El primero insiste otra vez más en la necesidad del mando único, mientras que el segundo, como un conjuro contra quienes se resistían a aceptarlo, invoca en modo menor a la máxima figura anarquista: «Durruti murió por un ideal». El que ya en vida era legendario líder político y jefe militar anarquista, Buenaventura Durruti, había fallecido apenas seis meses antes, el 20 de noviembre de 1936, víctima de una bala atribuida a fusiles de todos los colores. La suya será la única mención al anarquismo en toda la cartilla y diluye su figura en una frase de contornos cuando menos etéreos.

Tras un llamamiento a la colaboración de la retaguardia con el frente, se desemboca ahora en un lema («Luchamos por nuestra cultura») que refleja la importancia concedida por la República a la instrucción y a la difusión cultural. Primero, como instrumentos de superación de la ignorancia y la pobreza en los que «la reacción» ha mantenido al pueblo durante siglos. Pero también como condición para entender políticamente la necesidad de combatir al fascismo y las modalidades que reviste esa lucha. Y aún más allá, como recordatorio de que fuerzas nazis y fascistas atacan, mano a mano con Franco, al pueblo español en tierras de España. La ilustración es un fotomontaje de soldados en una trinchera y de niños en una clase. Este bloque se cierra con una rendición de pleitesía al editor de la cartilla: «Jesús Hernández, nuestro Ministro de Instrucción». Y, para despejar dudas sobre dónde está el norte, el eco de cierre proclama que «Rusia es nuestro pueblo hermano».

Dibujado el reñidero y explicadas sus normas y objetivos, toca inyectar a soldados y milicianos unas dosis de rebeldía, determinación y moral de combate, a la vez que, sin cesar en las advertencias a los díscolos, se insiste en reclamar la máxima colaboración de la retaguardia, y se ensalzan la acción del Gobierno y el apoyo comunista exterior. Rebeldía: «No seremos nunca esclavos» (eco enardecedor: «Nuestros combatientes luchan como héroes»). Determinación: «Venceremos al fascismo» (eco gubernamental: «El Frente Popular nos lleva al triunfo»). Advertencia, con las siglas UGT-CNT bien claras en la ilustración: «Los sindicatos deben apoyar al Gobierno» (eco lúcido: «De nuestra unión depende nuestro porvenir»). Moral de combate: «¡Viva Madrid heroico!» (eco desafiante: «No retrocederemos un paso»). Retaguardia: «La tierra para el que la trabaja» (eco laudatorio: «El Gobierno de la República nos entrega la tierra»). Advertencia a díscolos y retaguardia: «La victoria exige disciplina» (eco: «Una buena cosecha vale una gran batalla»). Internacionalismo: «La Unión Soviética nos ayuda» (eco de la futura tormenta: «El fascismo es la esclavitud y la barbarie»). Y de remate, la gran traca final: la República tiene un guía supremo («Lenin, nuestro gran maestro») cuyas lecciones la llevarán al mejor puerto («Una España próspera y feliz»), aunque con una ardua condición: «Después de vencer al fascismo».

Cambios en la segunda edición

Las críticas de sectarismo, sobre todo anarquistas, debieron de ser atronadoras, porque en la segunda edición se introdujeron modificaciones muy significativas, aunque algunas de ellas eran inevitables tras el mayo barcelonés. Estos cambios no se recogen en el volumen aquí reseñado, que reproduce la primera edición pese a servirse de la portada de la segunda. Las variaciones entre los dos textos se pueden consultar en Internet, pero parece conveniente resumirlos en unas líneas, dada su importancia como reflejo de las tensiones internas de la España republicana.

Por ejemplo, después de la doble página dedicada al comunista Hernández, cuya foto ha perdido tamaño y centralidad, se incluyen otras dos dobles de nuevo cuño. La primera está protagonizada por Pablo Iglesias, fundador del PSOE y de la UGT, a quien, en una prueba de recelo hacia los sindicatos, solo se le presenta como creador del partido. Los Sucesos de Mayo han dejado sin sentido la página dedicada a Largo Caballero y los redactores de la cartilla han optado por remplazarle por el padre del socialismo hispano. No deja de ser una curiosa decisión, porque la más coherente con la sucesión de páginas de la primera edición (República, jefe de Estado, presidente del Gobierno) hubiera sido recurrir al nuevo jefe del Ejecutivo, el médico y fisiólogo Juan Negrín. Renombrado maestro de Ochoa y Grande Covián, Negrín era un hombre de vocación política tardía y nada representativo de la tradición socialista. No se había afiliado al PSOE hasta 1929, se desinteresaba del marxismo, carecía de relaciones con los sindicatos y pertenecía al ala moderada del partido, liderada por Indalecio Prieto. Fuera por eso o por las lecciones sobre lo efímero aprendida con Largo, se consideró a Iglesias más adecuado para simbolizar el socialismo. Además, estaba muerto.

La segunda doble, que sustituye a la llamada a los sindicatos para que apoyen al Gobierno, tiene como destinatario a otro difunto, Durruti, quien al resucitar abandona su espectral condición de etéreo eco de cierre («Durruti murió por un ideal») para entronizarse como único actor de su propio escenario: «Durruti murió luchando por la libertad». Al salto cualitativo implícito en la frase —que, con todo, sigue escamoteando su condición de líder revolucionario anarquista— se añade que su nombre se desplaza de una puerta de salida a una de entrada. Además, la mutación le da derecho a foto. Esta recolocación de personajes afectará incluso a Lenin, quien, como se ha visto más arriba, protagonizaba la traca final de la primera edición junto a la futura felicidad y prosperidad de España. En la segunda edición, el difunto líder bolchevique se limita a poner el broche a la secuencia Hernández (PCE), Iglesias (PSOE-UGT), Durruti (CNT-FAI). Todos muertos, menos el ministro de Instrucción Pública. «La Unión Soviética nos ayuda» se mantiene, sin embargo, como encabezado de una página, aunque desaparece de la cartilla la aventurada frase «Rusia es nuestro pueblo hermano». El lugar de Moscú es ocupado, más razonablemente, por el México de Lázaro Cárdenas.

Hay, por otra parte, una transformación en la ilustración de la página titulada «Obediencia al Gobierno legítimo» que refleja con total nitidez la nueva relación de fuerzas nacida de los Sucesos de Mayo. En el mar de banderas que simboliza a las fuerzas gubernamentales, la tricolor preside ahora la escena con total rotundidad y compone con las enseñas catalana y vasca una estructura triangular en cuyo seno quedan acotadas las de los partidos y sindicatos obreros. Sin olvidar que el tamaño de la bandera republicana, que ha recobrado su escudo perdido, dobla al de las demás. En cualquier caso, y al margen de las implicaciones políticas de estos cambios, resultan evidentes las mejoras gráficas incorporadas en la segunda edición. Por poner solo un ejemplo, las citadas banderas, antes estáticas y amazacotadas, se muestran ahora ondeando hacia la izquierda sobre un cielo azul intenso, y su nueva disposición y relación de tamaños hace que el conjunto gane en claridad, dinamismo y equilibrio compositivo. En general, se reduce en todas las páginas el área superior, reservada a las letras, en beneficio de la inferior, destinada a los reclamos gráficos. En cuanto a las ilustraciones en sí, son numerosas las que, con seis meses más de tiempo, han podido ser modificadas para dotarlas de una mayor capacidad de impacto, gracias a una conceptualización más elevada.

Una obra vanguardista

Añadidas a su valor documental, la Cartilla escolar antifascista presenta dos características que la convierten en un libro extraordinario. La primera es el concepto docente que la alumbra, obra del innovador pedagogo granadino Fernando Sáinz Ruiz (1889-1957), un hombre de la Institución Libre de Enseñanza próximo a Fernando de los Ríos. Diputado socialista en la Constituyente de 1931, Sáinz Ruiz fue el introductor en España del llamado aprendizaje basado en proyectos, que arrumbaba las clases magistrales. Tal y como se advierte en la introducción, la cartilla proscribe la memorización del alfabeto, «ya que las letras sueltas por sí solas nada dicen». En su lugar, se sirve de las consignas ya analizadas, que el soldado retiene con más facilidad merced a su anclaje en la experiencia cotidiana de la contienda.

El método de enseñanza es muy sencillo. Se dividen las consignas en sílabas y solo entonces se enseña qué vocales y qué consonantes forman esas sílabas concretas. A continuación, el alumno toma las consonantes y compone con ellas sílabas que incluyan alguna de las cuatro vocales no usadas en la sílaba madre. Por ejemplo, República Democrática le pone en contacto con la sílaba RE, por lo que luego deberá familiarizarse con RA, RI, RO y RU. Por último, se le muestran palabras que contienen esas sílabas, como rama, radio o roca. Este apartado permite detectar de nuevo el sesgo ideológico y merecería un estudio pormenorizado. Señálese como mero ejemplo que para la sílaba RU se escoge el sustantivo rublo, sin duda menos familiar al alumno que el adjetivo rubio. Los créditos de la cartilla atribuyen todos estos textos al propio Sáinz Ruiz, en colaboración con el periodista Esteban Cimorra, director de Mundo Obrero durante la guerra civil. Cabe sospechar, no obstante, que hubo una más amplia labor de equipo.

La otra luminaria de la cartilla, la que le ha valido la traducción a numerosos idiomas y su equiparación por la UE con la obra de Velázquez, Goya, Ribera o El Greco, es lo que en la época se llamaba confección artística. Fue realizada por un judío sefardí polaco, el artista gráfico y tipógrafo Mauricio Amster, autor tanto del diseño global como de la veintena de fotomontajes que ilustran las páginas impares. Para estas composiciones, Amster se sirvió de fotos y dibujos hechos ex profeso por el cineasta José Val del Omar y el pintor y cartelista valenciano José Calandín. El vanguardista granadino Val del Olmar (1904-1982), cuya obra no alcanzó reconocimiento hasta después de su muerte, fue un pionero del cine experimental, un visionario y un apóstol del cine total al que se le deben inventos como el sonido diafónico, precursor del Dolby Surround, o la TactilVisión, iluminación que anticipa el 3D. Tras el advenimiento de la República, se había integrado en las Misiones pedagógicas, primer antecedente de las Milicias de la Cultura.

El polaco Amster (1907-1980), nacido en la actual ciudad ucraniana de Leópolis (Lviv), había llegado a España en 1930 desde Berlín, expulsado por la Gran Depresión y el creciente hedor de las cloacas. Ya en Madrid, desarrolló una intensa actividad profesional, contribuyó a renovar la concepción hispana del diseño gráfico, se embriagó del entusiasmo republicano, se afilió al PCE y, al estallar la guerra, se le destinó a Instrucción Pública, donde diseñaría el que ha acabado siendo su trabajo más famoso. Exiliado en Francia en enero de 1939, fue uno de los 2.200  refugiados republicanos que, de la mano de Neruda, se embarcaron en el Winnipeg rumbo a Chile, donde también dejó una fuerte impronta como diseñador de publicaciones.

Echar cuentas

La cartilla diseñada por Amster se cierra con unas palabras de Azaña, una carta del ministro Hernández a los soldados del Pueblo y un listado de números acompañados de sus nombres, que ahora ya saben leer los soldados y milicianos. Es el recordatorio de que el aprendizaje de la lectura y la escritura ha de completarse con el de las operaciones aritméticas básicas. El instrumento de esa enseñanza será la Cartilla aritmética antifascista, mucho más breve que su hermana mayor, pues solo se ocupa de las cuatro reglas. Los soldados aprenderán a sumar con balas («Sumando cartucho a cartucho formaremos una caja de cartuchos»), operación que también tendrá su traslación a consigna: «Sumemos nuestros esfuerzos contra el fascismo y seremos invencibles». Mediante disparos, la tropa restará cartuchos al peine de la ametralladora y restará fuerzas al enemigo. Los cañones, claro, serán idóneos para multiplicar el esfuerzo de guerra y convertir un par de piezas de artillería en una batería de cuatro. En cuanto a la división, no se duda que será la clave de la victoria o la derrota: «Dividamos al enemigo y venceremos, si nos dividimos seremos vencidos».

Como el final de la película es conocido, ya sabemos que no fueron los republicanos quienes manejaron mejor las cuatro reglas: los fascistas tenían más cartuchos y los usaron con aplastante eficacia aniquiladora, durante y después de la guerra. Hasta que el papel del fascismo germanoitaliano empezó a cotizar a la baja en 1942 y un ataque de prudencia se apoderó del franquismo. En cuanto a los autores de estas increíbles cartillas, según explica Pedro G. Romero en un espléndido epílogo puesto bajo la advocación de Walter Benjamin, sufrieron destinos curiosos marcados por la contradicción con su ideología. Amster revolucionó el diseño chileno, como había revolucionado el español, pero lo hizo en editoriales financiadas por la CIA y calló ante las tropelías de Pinochet. El cineasta Val del Omar, por su parte, filmó sus obras maestras en la España de los años cincuenta, un país asfixiado por el incienso nacionalcatólico. ¿Contradicciones? No solo son el motor de los más preclaros espíritus sino que ni siquiera los más chatos se libran de ellas. ¿Acaso no fue el marido de Carmen Polo el catalizador necesario de esta simpar Cartilla escolar antifascista?


Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería  el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.

3 comments on “Consignas para multiplicar cañones

  1. Francisco

    Simpática apología del cinismo. Si en 1937 había una inmensa población analfabeta ¿qué hizo la Segunda República para alfabetizar al pueblo desde 1931?

    • Hola, Francisco. En el artículo no se afirma que en 1937 hubiese una inmensa población analfabeta en España, sino que se explica la voluntad del Gobierno español de alfabetizar a todos los soldados y milicianos movilizados, muchos de los cuales eran campesinos analfabetos. Sí se dice, en cambio, que en 1931, cuando abdicó Alfonso XIII, uno de cada tres españoles era analfabeto. Se calcula que en 1936, fecha del golpe militar fallido que desencadenó la guerra civil, esa proporción había bajado a un analfabeto por cada cuatro habitantes. En general, tiende a exagerarse el número de españoles analfabetos en esos años y se ha llegado a hablar, totalmente en falso, de un 60%. El 25% estimado para 1936 era, sin embargo, una atrocidad en comparación, por ejemplo, con el 5,8% de Francia. De ahí la voluntad del Gobierno español de mantener las campañas de alfabetización pese a la guerra.

      Ahora bien, el problema más grave era otro: el atroz porcentaje de la población que, aunque supiese firmar, no tenía instrucción primaria. En 1931, ese porcentaje era del 41,2%. En 1934, era del 31%. O sea, una reducción de 10,2 puntos porcentuales en tres años. Ese 10,2% casi duplica la importante reducción lograda por la dictadura de Primo de Rivera en los tres años anteriores a la abdicación de Alfonso XIII (5,9%). En suma, y en respuesta a tu pregunta, lo que hizo la Segunda República para alfabetizar e instruir al pueblo español fue:

      -reducir el número de analfabetos del tercio al cuarto en sus primeros cinco años.
      -aumentar el número de instruidos en un 10,2% en sus primeros tres años.

      Desgraciadamente, se han perdido los datos de los ejercicios comprendidos entre 1935 y 1940, que sin duda arrojarían un número mucho mayor de alfabetizados e instruidos. La serie no se reanuda hasta 1941, año en el que el porcentaje de españoles sin instrucción primaria se había disparado en más de quince puntos, desde el 31% de 1934 al 46,3%.

      Los datos están tomados de las series históricas del INE y el BBVA.

      • Francisco

        Gracias por la respuesta. Las series seguramente semana podrán obtener en archivos de la CNT, creo que en Bélgica. Respecto al golpe el único claro documentado, especialmente en Francia, es el de 1934 con el huido Prieto, conocido gourmet. Feliz verano !

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