Vuarnet, un autor felizmente recuperado por Incorpore

La obra de Jean-Noël Vuarnet nos invita a una travesía en la que se cuestiona la experiencia del pensamiento, en la que se cuestiona al filósofo-artista nietzscheano, en la que la cuestión de la escritura se vuelve una danza herética: «una escritura [que] combate la Escritura».

Vuarnet, un autor felizmente recuperado por Incorpore

/por José Carlos Díaz/

¿Qué lleva a una editorial pequeña, relativamente reciente, Incorpore, a interesarse por la obra de un pensador tan distinto y tan escasamente conocido como Jean-Noël Vuarnet? ¿Qué recompensa este esfuerzo casi quijotesco en el que se invierte vida y recursos para sacar adelante, junto a otros proyectos también valientes, tres de las obras de Vuarnet en ediciones impecables, acertadamente prologadas, primorosamente traducidas, milagrosamente distribuidas? Como afirmaba meses atrás en el festival de cultura Liberisliber el filósofo Michel Surya, el mismo que puso en la pista de Vuarnet a los editores Meritxell Martínez y Albert Coma, quizás se trate nada más, y nada menos, que de explorar no tanto una vía positiva de sabiduría como un modo de estar frente a la cultura, repudiando la resignación del desconocimiento, indagando a través de la curiosidad, que puede también despertarse por contagio: otras maneras de enfrentarse al pensamiento o al arte.

La propia Meritxell lo explicaba así: «Ese deseo de compartir lecturas no siempre fáciles pero siempre fértiles puso en marcha una rueda de libros amigos y amigos de libros que fue configurando y confirmando la existencia de la editorial».

Vuarnet es una de sus apuestas más sugerentes. Nacido en Chambéry (Saboya) en 1945, se quitó la vida sólo cincuentaiún años después en París, en la primavera del 96. Publicó su primer libro, una novela titulada La novia póstuma, con sólo 19 años. Vendría luego su Personaje inglés en una isla y la obra teórica que conformó su propuesta sobre el filósofo-artista. Escribió también una trilogía dedicada a las mujeres místicas con dos ensayos, Extases femeninas y El Dios de las mujeres, y una narración titulada  L’Aigle-mère. Jean-Noël Vuarnet también dedicó algunos trabajos a pintores como Anselm Kiefer, Jean-Charles Blais y Pierre Klossowski.

Quizás su trayectoria intelectual tenga por rubicón el año 1972, cuando escribe El filósofo-artista, un recorrido por la obra de ciertos creadores, literarios o de pensamiento, que tienen en común un pensamiento híbrido que se enriquece con los recursos propios de la creación artística. Vuarnet se despega así de las estructuras académicas que rigen los estudios universitarios y, a través de una ponencia expuesta con ocasión de un coloquio sobre la filosofía de Nietzche celebrado en Cerisy-La-Salle (Normandía), se adentra definitivamente en lo que más tarde se conocería como el discurso impuro, mixtura de naturalezas o esencias distintas pero complementarias, superación de géneros y disciplinas, acercamiento a autores de épocas distantes, con una propuesta de lectura experimental de su obra, donde más que diseccionar lo leído, se recree o reanime. Esa polifonía acordada entre fragmentos literarios y filosóficos genera una nueva forma ensayística en el libro que lleva por título El discurso impuro, consistente en el ejercicio de una lectura tentacular y comprensiva, atemporal e intuitiva, de una ristra de creadores como Proust, Kafka, Rousseau, Kierkegaard, Mallarmé, Bataille, Ángela de Foligno, Klossowski, Séneca, Pascal, Santa Teresa, Nietzsche, Blanchot o Artaud, entre otros.

La definición filósofo-artista pudiera parecer a priori paradójico. Se es filósofo o artista según imponen las respectivas preceptivas, filosófica y artística. Fue Nietzsche quien puso el término en juego; quien, de alguna manera, ejercitó la actitud antes de nombrarla. De ahí arranca la pesquisa de Jean-Noël Vuarnet, que trata de identificar a los protagonistas que en la filosofía occidental pueden encarnar esa figura bifaz. La indagación de Jean-Noël Vuarnet rastrea la obra de algunos de los nombres que pueden considerarse santo y sea de esta filosofía con vocación artística, como Giordano Bruno, que explosiona el pensamiento medieval, dando inicio a la filosofía moderna, como dice James Joyce (a quien, por cierto, tradujo el propio Vuarnet). El Nolano recupera el pensamiento filosófico más antiguo, el atomismo de Demócrito, la dialéctica de Platón, el devenir de Heráclito y el ser de Parménides, retrocede hasta la magia egipcia, y desde ese pasado se proyecta hacia el futuro. Divulga el pensamiento de Copérnico, sien al tiempo, y de algún modo, precursor del materialismo de Spinoza y de la crítica al cristianismo de Nietzsche. Sus consideraciones sociales del trabajo pudieran, además, anticipar al primer Marx. Son ese ambicioso y poliédrico Giordano Bruno, junto a Rousseau, a Kierkegaard, a Sade o a Nietzsche quienes cultivan un pensamiento conscientemente impuro, veteado de recursos propios de la creación artística, que impulsa una existencia liberada, ya sin Dios, y volcada en la vida y el deseo.

Jean-Noël Vuarnet se subió en la última estación al tren postnietzscheano que conducían en Francia autores como Georges Bataille, Pierre Klossowski o Gilles Deleuze (amigo muy próximo del propio Vuarnet). Esa adhesión tardía, su dispersa y heterogénea obra, muy en consonancia con el discurso impuro que alentaba, y su suicidio a una edad bastante temprana han sido factores determinantes para que este sugestivo pensador no haya gozado de la repercusión que quizás merecía.

Por lo que significa de recuperación de un autor que permanece tan a la sombra, cuya original y valiente formulación teórica y su enciclopédica revisión de las heterodoxias a lo largo de la historia de la filosofía deberían ser más conocidas, es encomiable la edición que de tres de sus obras ha llevado a cabo Incorpore: El filósofo-artista, Personaje inglés en una isla y El discurso impuro.

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La propia Meritxell Martínez explicaba en una entrevista qué motivaciones les impulsaban a editar los libros que forman la aventura de Incorpore:

Que sintamos que hay algo en juego y/o que el autor juega con algo. Que el autor acoja al lector como quien acoge a alguien en su casa, esperándole ya desde mucho antes de abrir la puerta. A este primer requisito se le suman el de una exigencia lingüística y estilística que no tiene por qué respetar las reglas imperantes y el de un contenido que nos tiene que (con)mover, que no puede dejarnos en absoluto indiferentes.

Vuarnet, desde luego, cumple de sobra los requerimientos.


José Carlos Díaz Pérez (Gijón, Asturias, 1962) es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Oviedo (1985). En 1984 fue fundador, con Juan Ignacio González, del Grupo Poético Cálamo, que desde entonces, entre otras actividades, viene convocando el Premio de Poesía Cálamo/GESTO. Junto a colaboraciones esporádicas a lo largo del tiempo en distintas publicaciones, es editor desde 2006 la bitácora digital Los diarios de Rayuela y autor de los siguientes títulos de poesía: Velar la arena (1986), La ciudad y las islas (1992), Contra la oscuridad(2004), Convalecencia en Remior (2015), Cantata de los días tasados (2017). En cuanto a obra narrativa, es autor de los siguientes títulos: Letras canallas (2009), Aunque Blanche no me acompañe (2014) y Vísperas de nada (2017).

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